- Familiares y compañeros de las víctimas de una de las mayores tragedias migrantes en México exigen justicia tras confirmarse la inacción de los responsables del centro donde se originó el incendio
Ciudad de México.- «Nunca imaginé que ese momento en el que yo sentía tanta desesperación se haría tan conocido. No me hice famosa en Venezuela y me vine a hacer famosa aquí, en México… pero por algo tan cruel».
Viangly Infante se convirtió en el rostro más reconocible y doloroso del trágico incendio en el centro del Instituto Nacional de Migración (INM) de Ciudad Juárez, en la frontera norte de México, que el pasado lunes acabó con la vida de al menos 39 personas.
Ella es la mujer que fue grabada y fotografiada desconsolada en la noche del siniestro junto a una ambulancia, golpeando el vehículo con su bebé en brazos y gritando sin poder parar de llorar: «¡Negro! ¡Negro, estoy aquí, negro!».
Así es como llama a Eduard Caraballo, su marido y padre de sus tres hijos que estaba en el interior de la ambulancia tras haber resultado herido en el incendio de las instalaciones en las que, como otras decenas de migrantes, estaba retenido.
«Me asomé y vi que lo estaban reanimando. Es ahí cuando entré en shock», recuerda día y medio después de la tragedia y tras visitarlo en El Hospital General de Zona No. 35, donde se recupera con oxígeno de la intoxicación por humo sufrida.
Aunque lo más sobrecogedor de su testimonio es justo lo que pasó antes del video que se hizo viral: la joven estaba también en la estación migratoria -aunque en una zona diferente a la de los hombres- en el momento en que se originó el fuego.
«Empecé a oír gritos, golpes en las paredes y empezó a salir humo por todos lados. Por la oficina, el baño, todo. Yo les digo que abran la puerta, que abran la puerta… pero me sacaron a la calle y a ellos los dejaron ahí».
«Derecho a vivir»
Infante comparte con BBC Mundo su terrible experiencia justo después de dejar unas flores en el improvisado altar repleto de velas y fotos que se ha formado en la entrada del centro para migrantes donde ocurrió la dantesca escena.
En México no se deja de hablar del sobrecogedor video de cámaras de seguridad que circula en internet y que muestra cómo algunos funcionarios del centro abandonan la escena una vez que se origina el fuego sin abrir la celda en la que un grupo de migrantes permanece encerrado.
«Tuvieron la oportunidad de abrir la reja y no lo hicieron. Ninguno estaba detenido por robo, ni muerte, ni nada: solo por ser migrante. Y tenían derecho a vivir», lamenta la venezolana.
El matrimonio llegó desde La Guaira a Ciudad Juárez a finales del año pasado. Atrás dejaron una penosa travesía que conocen bien miles de migrantes y que les obliga a atravesar la peligrosa selva del Darién. Junto a ellos, viajaron sus hijos de 13, 12 y 1 año.
Mientras esperan su oportunidad para cruzar a Estados Unidos de manera legal, en México su marido se ganaba la vida vendiendo flores por la calle. Ella trabajaba en una paletería, pero la dejó cuando su bebé se enfermó y comenzó a sufrir convulsiones para lo que necesita tratamiento.
Precisamente, el lunes que su marido fue detenido por las autoridades migratorias había salido a comprar medicamentos para ella. Infante asegura que aquello no tuvo ninguna justificación, ya que el núcleo familiar cuenta con un permiso de estancia de 90 días en el país y con una visa humanitaria por un año recién aprobada.
«Ellos se quemaron»
Con sus tres hijos, acudió a la estación con toda la documentación para demostrar que la estancia en México de su marido era legal. Desde que llegó en torno a las 14:00 h la dejaron en la sala de espera de la zona destinada a mujeres y le aseguraron que en breve lo liberarían.
Pero cuando en la noche empezó a aparecer el humo de lo que el gobierno mexicano identificó como una quema de colchonetas a modo de «protesta» por los migrantes que temían ser deportados, ella aún seguía en el centro y su marido continuaba encerrado.
«Ahí sacaron a las 15 mujeres que estaban retenidas en la zona de familias donde yo estaba, pero en la que no hay rejas ni nada. Yo pregunté que por qué no sacaban a los hombres. Y lo que solo me dijeron fue: ellos se quemaron. Yo ahí me desesperé», asegura.
Juan Ortega es uno de los fotógrafos que tomó la famosa imagen de Viangly Infante la noche de la tragedia. Nunca le había tocado cubrir un acontecimiento de esta gravedad y reconoce que estaba muy nervioso y sin saber bien qué hacer, hasta que escuchó los gritos de la mujer.
«Ella fue el símbolo del dolor, de la desesperación que se vivía en el lugar. Lo veías y te quedabas frío, sentías su desesperación y su impotencia de no saber qué pasaba con su marido, y ver que cada vez salían más heridos y había más muertos», recuerda.
La mujer calcula que los bomberos tardaron unos 15 minutos en llegar. Los daños sufridos en las vías respiratorias hacen que su marido apenas pueda hablar aún, pero este le transmitió que si pudo salvarse de morir entre las llamas fue que se metió al baño para resguardarse.
«A mí, en ese momento, no me importaba el humo, no me importaba nada. Solo quería que abrieran las rejas. Lo que les pido a las autoridades es que sean un poco más humanas y que se pongan la mano en el corazón», reclama.
«El Gordito»
En el altar improvisado de homenaje a las víctimas, se puede ver la foto de dos de ellos: Óscar José Regalado, quien falleció en el incendio; y Jeison Daniel Catari, que resultó herido.
En la imagen puede verse a ambos en una furgoneta que sus amigos identifican como el vehículo de Migración en el que los llevaron al centro el pasado lunes. Fue la última noticia que tuvieron de ellos antes de enterarse por los medios de lo que pasó en la noche.
Ambos se ganaban la vida, como se puede ver a tantos otros migrantes en las calles de Ciudad Juárez, apostados en los semáforos donde ofrecen limpiar los vidrios de los autos a cambio de unas monedas.
Sus amigos cuentan que cuando llegaron las autoridades, Catari no pudo escapar porque sufre problemas para caminar. Por eso, Regalado -a quien llamaban cariñosamente «el Gordito»- se quedó con él para no dejarlo solo.
«Su plan era entrar a Estados Unidos, llevamos aquí desde diciembre. Estamos sin palabras porque nos conocimos aquí… hasta que nos hicimos como hermanos. No hermanos de sangre, pero sí hermanos de calle», cuenta Gilbert, venezolano amigo del fallecido de quien conservan algunas de sus prendas como una cobija y un suéter.
Como sus compañeros, otros migrantes que se dedican a limpiar parabrisas, vender dulces o pedir dinero en las calles fueron objeto de un operativo de detención el lunes por parte de las autoridades.
Tras algunos actos de protesta de migrantes en las últimas semanas, el alcalde de Ciudad Juárez, Cruz Pérez Cuéllar, adelantó que tendría una postura «más fuerte» en cuidar la ciudad. «Nuestra paciencia se acaba», advirtió a los migrantes que se quedan en su municipio mientras esperan su oportunidad para cruzar a EE.UU. y pedir formalmente su petición de asilo.
Pero pese a señalamientos y a la tensión por parte de la población ante la llegada de más y más migrantes a Ciudad Juárez -que sirve como sala de contención para cumplir con la política dictada desde Washington-, Gilbert agradece enormemente a los ciudadanos que los hayan apoyado con ropa de abrigo o comida cuando lo han necesitado.
«Es triste ver que el mismo pueblo de Juárez nos apoya, y la misma Migración que esta para protegernos nos dé duro a nosotros. Porque si estamos trabajando en la calle, no le estamos haciendo daño a nadie», protesta.
Pese a que la mayoría de víctimas del incendio eran de origen centroamericano, curiosamente apenas se ven compatriotas en los alrededores del INM de Ciudad Juárez. Un hombre de Olancho, en Honduras, es una de las pocas excepciones. «No conocía a ninguna de las víctimas, pero igual, eran migrantes como yo», dice sin poder contener las lágrimas
Desesperación
En ocasiones, algunos de los migrantes reunidos frente al centro del INM no pueden ocultar su ira y comienzan a increpar a los guardias que custodian las instalaciones. «¡Justicia! ¡Asesinos, para eso los querían encerrar!, gritan.
«A veces le viene a uno la indignación y les grita cosas porque queremos que sientan que sí estamos dolidos. Y que sientan que no tenemos miedo», explica Eric, un venezolano que lleva menos de tres meses en Ciudad Juárez.
En un intento por esclarecer el caso, la Fiscalía anunció este miércoles que se tiene identificados a un grupo de presuntos responsables de la tragedia entre las que se encuentran funcionarios del centro, vigilantes privados y al menos el migrante que habría supuestamente iniciado el fuego. Para ellos se solicitaron ya cuatro órdenes de detención.
Pero, al margen de lo que ocurra con la investigación, Eric asegura que muchos compatriotas dicen que ya no se van a dejar detener por agentes de Migración. Que si los quiere agarrar la policía, prefieren incluso que los metan «como verdaderos presos» en una cárcel legal si es que hicieron algún delito. «Que no digan que te meten a un refugio como este, y realmente esté camuflado como una cárcel».
Lo cierto es que, tras meses en Ciudad Juárez, la desesperación entre muchos migrantes es más que evidente. Viven en una continua espera de novedades sobre sus casos o de noticias sobre una posible flexibilización de las restricciones de entrada a EE.UU. -como la eliminación definitiva del Título 42 que permite las devoluciones automáticas a territorio mexicano en el marco de la pandemia- que no acaban de llegar nunca.
Este miércoles, se corrió el rumor de que por la puerta 36 de la frontera estadounidense estaban dejando acceder. Sin ninguna otra prueba, cientos y cientos de migrantes prefirieron no arriesgarse a perder la oportunidad y emprendieron el camino desde el INM hasta allá, que podía ser de hasta dos horas caminando bajo un sol abrasador.
«¿Ustedes saben algo? ¿Están dejando entrar de verdad?», nos preguntaba a los periodistas una mujer. «Nada, que dicen que hay un hueco por el que están pasando, pero no lo creo…», le respondía otra joven.
Parecía demasiado bueno para ser cierto y, como era de esperar, la puerta 36 no estaba abierta. Pero ya que llegaron hasta allí, muchos de los migrantes decidieron intentar cruzar la frontera, como ya ocurrió hace unas semanas. Esta vez, no se registraron enfrentamientos y las personas fueron devueltas a México.
Viangly Infante, por su parte, espera con ilusión el sábado, cuando tendrá por fin su entrevista con las autoridades estadounidenses que decidirán sobre su petición de ingreso. Lamentablemente, aún no sabe si su marido habrá salido del hospital para entonces.
«Si me la dan… no lo puedo dejar en el hospital, tengo que buscar una solución. Pero tampoco quiero perder la cita. Él está animado y dice que va a venir conmigo el sábado. Ojalá lo dejaran también pasar».
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